Las creaciones gráficas de Goya constituyen el testimonio visual de un artista que se interroga sobre el hombre y el devenir histórico, que es capaz de sintetizar en imágenes los dos niveles de la existencia: el ámbito interior y el mundo de la realidad objetiva.
Los rostros reproducidos en este repertorio proceden de los Caprichos (1799), obra maestra del grabado español y una de las producciones de mayor relevancia en la historia universal del arte.
Los Caprichos de Goya ejemplifican un mundo en crisis, entendida esta idea en el sentido de cambio. Conceptualmente revelan las fisuras de una estructura sociopolítica basada en una anquilosada estratificación estamental, y de un sistema de valores fundamentado en el inmovilismo de las costumbres y la tiránica opresión religiosa de las conciencias. Estéticamente anticipan la sensibilidad moderna y el desplazamiento hacia un arte dominado por la subjetividad y la libertad creativa. Los Caprichos aparecen en una de las décadas más decisivas en la trayectoria vital y en la producción artística de Goya. Es por ello por lo que las sucesivas generaciones de escritores, artistas e intelectuales de los dos últimos siglos no han podido sustraerse a su condición de símbolo: del fin del antiguo Régimen, del cambio de gusto entre las estéticas clasicista y romántica, y de la crisis producida en la biografía y el arte de un creador universal.
Al margen de sus posibilidades discursivas y de su alcance filosófico o político, los Caprichos conforman un extraordinario elenco de rostros. Los rasgos esenciales y las cualidades interiores de los personajes de Goya se reflejan en el rostro como en un espejo. El rostro se manifiesta, pues, como la metáfora del espejo del alma, la caracterización íntima del individuo... su conciencia retratada.
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